Tras consultar ayer datos sobre la reforma laboral y la situación en España del mercado laboral, me he acordado de un libro, “La Conspiración – Max Barry”, best seller internacional publicado en España por booket.
Uno de los muchos personajes de esta novela es Sydney, ejecutiva de una empresa. Le han relevado en el departamento que dirigía y piensa dónde le podrían recolocar, reproduzco literalmente una parte del libro:
“Sydney siente afinidad por este departamento. Le gusta el nombre que tiene, con su casi explícita implicación de que los empleados son un recurso explotable como las acciones o los bienes inmuebles. Y no precisamente uno de los recursos más valiosos, a pesar de ese viejo dicho de que los empleados son el activo más importante de una empresa. Sydney sabe la verdad: denle a la empresa dinero en efectivo, denle alianzas estratégicas, denle recursos; es decir, denle cualquier cosa menos quisquillosos, idiosincrásicos y traidores seres humanos. La gente es lo peor de todo: no se la puede almacenar, no se la puede recolocar (fácilmente), ni siquiera puedes dejarla ahí para que vaya acumulando valor. Por eso las empresas necesitan un departamento de Recursos Humanos: un departamento que convierta a los seres humanos en recursos.”
El comentario de Forbes sobre este libro es el siguiente: “si en estos momentos usted está leyendo un libro de Management, déjelo y coja esta novela en su lugar: aprenderá lo mismo y se reirá el doble”.
Después de leerlo no se puede decir que me haya reído nada, hasta podría decir que no lo recomendaría, pero como todo libro tiene algo de bueno, en este caso me parece interesante reflexionar sobre el concepto de “empleado” que tiene más de un sector de la sociedad.
Quizás deberíamos volver a considerar a empleados y empleadas como “ese viejo dicho de que los empleados son el activo más importante de una empresa” y no el primer recurso del que echar mano para reducir los costes en la empresa.
Pero no solamente la parte empresarial tiene que poner de nuevo en valor el trabajo humano sino que los propios trabajadores tienen que reconocer su aportación como imprescindible y asumirlo desde la responsabilidad. Y no digamos por parte del Estado, que debe preparar a la población en función de las necesidades reales de la economía productiva.
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