He aquí una serie de fragmentos
del libro considerado como el primero de la economía moderna. Si bien ha sido
publicado en marzo de 1776, resulta llamativa la similitud con algunas
situaciones de la economía actual. Resultan especialmente interesantes los
numerosos ejemplos que Adam Smith utiliza para explicar de manera sencilla los
conceptos y teorías que defiende. Con este libro, Adam Smith sienta las bases
de la economía clásica.
Son muchos otros los conceptos
interesantes que se muestran en “La riqueza de las naciones”, pero en este
momento solamente destacaré los siguientes:
LA RIQUEZA DE LAS NACIONES –
ADAM SMITH
De
la división del trabajo
“El ejemplo de la fábrica de alfileres”
Consideremos por ello como ejemplo una manufactura de
pequeña entidad, una en la que la división del trabajo ha sido uy a menudo
reconocida: la fabricación de alfileres. Un trabajador no preparado para esta
actividad(que la división del trabajo ha convertido en un quehacer específico),
no familiarizado con el uso de la maquinaria empleada en ella (cuya invención
probablemente derive de la misma división del trabajo), podrá quizás, con su
máximo esfuerzo, hacer un alfiler en un día, aunque ciertamente no podrá hacer
veinte. Pero la forma en que esta actividad es llevada a cabo actualmente no es
sólo un oficio particular sino que ha sido dividido en un número de ramas, cada
una de las cuales es por sí mismo un oficio particular. Un hombre estira el
alambre, otro lo endereza, un tercero lo corta, un cuarto lo afila, un quinto
lo lima en un extremo para colocar la cabeza; el hacer la cabeza requiere dos o
tres operaciones distintas; el colocarla es una tarea especial y otra el
esmaltar los alfileres; y así la producción de un alfiler se divide en hasta
dieciocho operaciones diferentes, que en algunas fábricas llegan a ser
ejecutadas por manos distintas, aunque en otras una misma persona pueda
ejecutar dos o tres de ellas. He visto una pequeña fábrica de este tipo en la
que sólo había diez hombres trabajando, y en la que consiguientemente algunos
de ellos tenían a su cargo dos o tres operaciones. Y aunque eran muy pocos y
carecían por tanto de la maquinaria adecuada, si se esforzaban podían llegar a
fabricar entre todos unas doce libras de alfileres por día. En una libra hay
más de cuatro mil alfileres de tamaño medio. Esas diez personas, entonces,
podían fabricar conjuntamente más de cuarenta y ocho mil alfileres en un sólo
día, con lo que puede decirse que cada persona, como responsable de la décima
parte de los cuarenta y ocho mil alfileres, fabricaba cuatro mil ochocientos
alfileres diarios. Ahora bien, si todos hubieran trabajado independientemente y
por separado, y si ninguno estuviese entrenado para este trabajo concreto, es
imposible que cada uno fuese capaz de fabricar veinte alfileres por día, y
quizás no hubiesen podido fabricar ni uno; es decir, ni a doscientas cuarentava
parte, y quizás ni siquiera la cuatro mil ochocientasava parte de lo que son
capaces de hacer como consecuencia de una adecuada división y organización de
sus diferentes operaciones.
Del
principio que da lugar a la división del trabajo
“No es la benevolencia del carnicero …”
El hombre, en cambio, está casi permanentemente necesitado
de la ayuda de sus semejantes, y le resultará inútil esperarla exclusivamente
de su benevolencia. Es más probable que la consiga si puede dirigir en su favor
el propio interés de los demás, y mostrarles que el actuar según él demanda
redundará en beneficio de ellos. Estos es lo que propone cualquiera que ofrece
un trato. Todo trato es: dame esto que deseo y obtendrás esto otro que deseas
tú; y de esta manera conseguimos mutuamente la mayor parte de los bienes que
necesitamos. No es la benevolencia del
carnicero, el cervecero, o el panadero lo que nos procura nuestra cena, sino el
cuidado que ponen ellos en su propio beneficio. No nos dirigimos a su
humanidad sino a su propio interés, y jamás les hablamos de nuestras
necesidades sino de sus ventajas. Sólo un mendigo escoge depender básicamente
de la benevolencia de sus conciudadanos.
Del
origen y uso del dinero
El carnicero guarda en su tienda más carne de la que puede
consumir, y tanto el cervecero como el panadero están dispuestos a comprarle
una parte, pero sólo pueden ofrecerle a cambio los productos de sus labores
respectivas. Si el carnicero ya tiene todo el pan y toda la cerveza que
necesita, entonces no habrá comercio. Ni uno puede vender ni los otros comprar,
y en conjunto todos serán recíprocamente menos útiles. A fin de evitar los
inconvenientes derivados de estas situaciones, toda persona prudente en todo
momento de la sociedad, una vez establecida originalmente la división del
trabajo, procura naturalmente manejar sus actividades de tal manera de disponer
en todo momento, además de los productos específicos en todo momento, además de
los productos específicos de su propio trabajo, una cierta cantidad de alguna o
algunas mercancías que en su opinión pocos rehusarían aceptar a cambio del
producto de sus labores respectivas.
Es probable que numerosas mercancías diferentes se hayan
concebido y utilizado sucesivamente a tal fin. … el ganado … la sal en
Abisinia… el bacalao seco en Terranova … el tabaco en Virginia … el azúcar en
las Indias Occidentales … y hasta clavos en un pueblo de Escocia.
Examinaré a continuación las reglas que las personas
naturalmente observan cuando intercambian bienes por dinero o por otros bienes.
Estas reglas determinan lo que puede llamarse el valor relativo o de cambio de
los bienes.
“Valor
de uso” y “valor de cambio”
Hay que destacar que la palabra VALOR tiene dos significados
distintos. A veces expresa la utilidad de algún objeto en particular, y a veces
el poder de compra de otros bienes que confiere la propiedad de dicho objeto.
Se puede llamar a lo primero “valor de uso” y a lo segundo “valor de cambio”.
Las cosas que tienen un gran valor de uso con frecuencia poseen poco o ningún
valor de cambio. No hay nada más útil que el agua, pero con ella casi no se
puede comprar nada; casi nada se obtendrá a cambio de agua. Un diamante, por el
contrario, apenas tiene valor de uso, pero a cambio de él se puede conseguir
generalmente una gran cantidad de otros bienes.
Del precio
real y nominal de las mercancías, o de su precio en trabajo y su precio en
moneda
Pero el oro y la plata, como cualquier otra mercancía,
cambian de valor, y a veces son más caros y otras veces más baratos, unas veces
más fáciles y otras más difíciles de comprar. La cantidad de trabajo que
cualquier cantidad dada de ellas puede comprar o dirigir, o la cantidad de
otros bienes por la que se puede cambiar, depende siempre de la riqueza o
pobreza de las minas conocidas cuando tiene lugar el intercambio.
El trabajo exclusivamente, al no variar nunca en su propio
valor, es el patrón auténtico y definitivo mediante el cual se puede estimar y
comparar el valor de todas las mercancías en todo tiempo y lugar. Es su precio
real; y el dinero es tan solo su precio nominal … aunque el trabajo tiene como
las mercancías un precio real y un precio nominal. Su precio real consiste en
la cantidad de cosas necesarias y cómodas para la vida que se dan a cambio de
él; su precio nominal, en la cantidad de dinero. El trabajador es rico o pobre,
es remunerado bien o mal, no en proporción al precio nominal de su trabajo sino
al precio real.
De
las partes que componen el precio de las mercancías
Aquí es donde estipula que las tres partes son; las rentas
de la tierra, trabajo y beneficios.
De
la división del capital - Capital circulante y capital fijo
Hay dos maneras diferentes de asignar el capital para que
rinda un ingreso o beneficio a su inversionista.
En primer lugar, puede ser invertido en cultivar, elaborar o
comprar bienes, y venderlos con un beneficio. El capital invertido de esta forma
no produce ingreso ni beneficio alguno a su propietario mientras continúa en su
posesión o conserva su forma. Los bienes del comerciante no le rinden ingreso
ni beneficio mientras no los venda a cambio de dinero, y el dinero tampoco lo
hace mientras no es a su vez intercambiado por bienes. Su capital continuamente
sale de sus manos de una forma y regresa a ellas de otra, o intercambios
sucesivos. Tales capitales pueden ser denominados, con toda propiedad,
capitales circulantes.
En segundo lugar, puede ser invertido en la roturación de la
tierra, en la compra de máquinas útiles o instrumentos de trabajo, o en cosas
así que rindan un ingreso o beneficio sin cambiar de dueño y sin circular. Esos
capitales, entonces, pueden ser apropiadamente llamados capitales fijos.
Las distintas actividades requieren proporciones también muy
diferentes entre los capitales fijos y circulantes invertidos en ellas.
El capital de un comerciante, por ejemplo, es por completo
capital circulante. No necesita máquinas ni instrumentos de trabajo, salvo que
se consideren tales su tienda o su almacén.
Una fracción de capital de todo artesano o industrial debe
estar fijo en los instrumentos de su labor. Esta fracción es pequeña en algunos
casos y grande en otros. Un maestro sastre no necesita más instrumentos que un
paquete de agujas. Los de un maestro zapatero son algo más caros, pero no mucho
más. Los del tejedor sí superarán con mucho a los del zapatero. La mayor parte
del capital de todos estos maestros artesanos, de todos modos, es circulante,
sea en salarios de sus trabajadores o en el precio de sus materiales, y es
reembolsado con un beneficio a través del precio de sus productos.
En otras actividades se necesita un capital fijo mucho
mayor. En la industria del hierro, por ejemplo, el horno de fundición, la forja
y la máquina de cortar son medios de producción que no pueden ser construidos
sin un abultado coste. En las minas de carbón y otras, la maquinaria necesaria
para drenar el agua y otros propósitos es con frecuencia incluso más cara.
La mano invisible
Cada individuo está siempre esforzándose para encontrar la
inversión más beneficiosa para cualquier capital que tenga. Es evidente que lo
mueve su propio beneficio y no el de la sociedad. Sin embargo, la persecución
de su propio interés lo conduce natural o mejor dicho necesariamente a preferir
la inversión que resulta más beneficiosa para la sociedad.
En primer lugar, cada individuo procura emplear su capital
lo más cerca de casa que sea posible, y por ello en la medida de lo posible
apoya a la actividad nacional …
En segundo lugar, cada individuo que invierte su capital en
la actividad nacional, necesariamente procura dirigir la actividad para que la
producción alcance el máximo valor posible …
Al preferir dedicarse a la actividad nacional más que a la
extranjera él sólo persigue su propia seguridad; y al orientar esa actividad de
manera de producir un valor máximo él busca sólo su propio beneficio, pero en
este caso como en otros una mano
invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus
propósitos. El que sea así no es necesariamente malo para la sociedad. Al
perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho
más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo. Nunca he visto muchas
cosas buenas hechas por los que pretenden actual en bien del pueblo. …”
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