domingo, 26 de abril de 2015

La riqueza de las naciones - Adam Smith

He aquí una serie de fragmentos del libro considerado como el primero de la economía moderna. Si bien ha sido publicado en marzo de 1776, resulta llamativa la similitud con algunas situaciones de la economía actual. Resultan especialmente interesantes los numerosos ejemplos que Adam Smith utiliza para explicar de manera sencilla los conceptos y teorías que defiende. Con este libro, Adam Smith sienta las bases de la economía clásica.

Son muchos otros los conceptos interesantes que se muestran en “La riqueza de las naciones”, pero en este momento solamente destacaré los siguientes:




LA RIQUEZA DE LAS NACIONES – ADAM SMITH

De la división del trabajo

“El ejemplo de la fábrica de alfileres”

Consideremos por ello como ejemplo una manufactura de pequeña entidad, una en la que la división del trabajo ha sido uy a menudo reconocida: la fabricación de alfileres. Un trabajador no preparado para esta actividad(que la división del trabajo ha convertido en un quehacer específico), no familiarizado con el uso de la maquinaria empleada en ella (cuya invención probablemente derive de la misma división del trabajo), podrá quizás, con su máximo esfuerzo, hacer un alfiler en un día, aunque ciertamente no podrá hacer veinte. Pero la forma en que esta actividad es llevada a cabo actualmente no es sólo un oficio particular sino que ha sido dividido en un número de ramas, cada una de las cuales es por sí mismo un oficio particular. Un hombre estira el alambre, otro lo endereza, un tercero lo corta, un cuarto lo afila, un quinto lo lima en un extremo para colocar la cabeza; el hacer la cabeza requiere dos o tres operaciones distintas; el colocarla es una tarea especial y otra el esmaltar los alfileres; y así la producción de un alfiler se divide en hasta dieciocho operaciones diferentes, que en algunas fábricas llegan a ser ejecutadas por manos distintas, aunque en otras una misma persona pueda ejecutar dos o tres de ellas. He visto una pequeña fábrica de este tipo en la que sólo había diez hombres trabajando, y en la que consiguientemente algunos de ellos tenían a su cargo dos o tres operaciones. Y aunque eran muy pocos y carecían por tanto de la maquinaria adecuada, si se esforzaban podían llegar a fabricar entre todos unas doce libras de alfileres por día. En una libra hay más de cuatro mil alfileres de tamaño medio. Esas diez personas, entonces, podían fabricar conjuntamente más de cuarenta y ocho mil alfileres en un sólo día, con lo que puede decirse que cada persona, como responsable de la décima parte de los cuarenta y ocho mil alfileres, fabricaba cuatro mil ochocientos alfileres diarios. Ahora bien, si todos hubieran trabajado independientemente y por separado, y si ninguno estuviese entrenado para este trabajo concreto, es imposible que cada uno fuese capaz de fabricar veinte alfileres por día, y quizás no hubiesen podido fabricar ni uno; es decir, ni a doscientas cuarentava parte, y quizás ni siquiera la cuatro mil ochocientasava parte de lo que son capaces de hacer como consecuencia de una adecuada división y organización de sus diferentes operaciones.



Del principio que da lugar a la división del trabajo

“No es la benevolencia del carnicero …”

El hombre, en cambio, está casi permanentemente necesitado de la ayuda de sus semejantes, y le resultará inútil esperarla exclusivamente de su benevolencia. Es más probable que la consiga si puede dirigir en su favor el propio interés de los demás, y mostrarles que el actuar según él demanda redundará en beneficio de ellos. Estos es lo que propone cualquiera que ofrece un trato. Todo trato es: dame esto que deseo y obtendrás esto otro que deseas tú; y de esta manera conseguimos mutuamente la mayor parte de los bienes que necesitamos. No es la benevolencia del carnicero, el cervecero, o el panadero lo que nos procura nuestra cena, sino el cuidado que ponen ellos en su propio beneficio. No nos dirigimos a su humanidad sino a su propio interés, y jamás les hablamos de nuestras necesidades sino de sus ventajas. Sólo un mendigo escoge depender básicamente de la benevolencia de sus conciudadanos.



Del origen y uso del dinero

El carnicero guarda en su tienda más carne de la que puede consumir, y tanto el cervecero como el panadero están dispuestos a comprarle una parte, pero sólo pueden ofrecerle a cambio los productos de sus labores respectivas. Si el carnicero ya tiene todo el pan y toda la cerveza que necesita, entonces no habrá comercio. Ni uno puede vender ni los otros comprar, y en conjunto todos serán recíprocamente menos útiles. A fin de evitar los inconvenientes derivados de estas situaciones, toda persona prudente en todo momento de la sociedad, una vez establecida originalmente la división del trabajo, procura naturalmente manejar sus actividades de tal manera de disponer en todo momento, además de los productos específicos en todo momento, además de los productos específicos de su propio trabajo, una cierta cantidad de alguna o algunas mercancías que en su opinión pocos rehusarían aceptar a cambio del producto de sus labores respectivas.

Es probable que numerosas mercancías diferentes se hayan concebido y utilizado sucesivamente a tal fin. … el ganado … la sal en Abisinia… el bacalao seco en Terranova … el tabaco en Virginia … el azúcar en las Indias Occidentales … y hasta clavos en un pueblo de Escocia.

Examinaré a continuación las reglas que las personas naturalmente observan cuando intercambian bienes por dinero o por otros bienes. Estas reglas determinan lo que puede llamarse el valor relativo o de cambio de los bienes.



“Valor de uso” y “valor de cambio”

Hay que destacar que la palabra VALOR tiene dos significados distintos. A veces expresa la utilidad de algún objeto en particular, y a veces el poder de compra de otros bienes que confiere la propiedad de dicho objeto. Se puede llamar a lo primero “valor de uso” y a lo segundo “valor de cambio”. Las cosas que tienen un gran valor de uso con frecuencia poseen poco o ningún valor de cambio. No hay nada más útil que el agua, pero con ella casi no se puede comprar nada; casi nada se obtendrá a cambio de agua. Un diamante, por el contrario, apenas tiene valor de uso, pero a cambio de él se puede conseguir generalmente una gran cantidad de otros bienes.



Del precio real y nominal de las mercancías, o de su precio en trabajo y su precio en moneda

Pero el oro y la plata, como cualquier otra mercancía, cambian de valor, y a veces son más caros y otras veces más baratos, unas veces más fáciles y otras más difíciles de comprar. La cantidad de trabajo que cualquier cantidad dada de ellas puede comprar o dirigir, o la cantidad de otros bienes por la que se puede cambiar, depende siempre de la riqueza o pobreza de las minas conocidas cuando tiene lugar el intercambio.

El trabajo exclusivamente, al no variar nunca en su propio valor, es el patrón auténtico y definitivo mediante el cual se puede estimar y comparar el valor de todas las mercancías en todo tiempo y lugar. Es su precio real; y el dinero es tan solo su precio nominal … aunque el trabajo tiene como las mercancías un precio real y un precio nominal. Su precio real consiste en la cantidad de cosas necesarias y cómodas para la vida que se dan a cambio de él; su precio nominal, en la cantidad de dinero. El trabajador es rico o pobre, es remunerado bien o mal, no en proporción al precio nominal de su trabajo sino al precio real.



De las partes que componen el precio de las mercancías

Aquí es donde estipula que las tres partes son; las rentas de la tierra, trabajo y beneficios.



De la división del capital - Capital circulante y capital fijo

Hay dos maneras diferentes de asignar el capital para que rinda un ingreso o beneficio a su inversionista.

En primer lugar, puede ser invertido en cultivar, elaborar o comprar bienes, y venderlos con un beneficio. El capital invertido de esta forma no produce ingreso ni beneficio alguno a su propietario mientras continúa en su posesión o conserva su forma. Los bienes del comerciante no le rinden ingreso ni beneficio mientras no los venda a cambio de dinero, y el dinero tampoco lo hace mientras no es a su vez intercambiado por bienes. Su capital continuamente sale de sus manos de una forma y regresa a ellas de otra, o intercambios sucesivos. Tales capitales pueden ser denominados, con toda propiedad, capitales circulantes.

En segundo lugar, puede ser invertido en la roturación de la tierra, en la compra de máquinas útiles o instrumentos de trabajo, o en cosas así que rindan un ingreso o beneficio sin cambiar de dueño y sin circular. Esos capitales, entonces, pueden ser apropiadamente llamados capitales fijos.

Las distintas actividades requieren proporciones también muy diferentes entre los capitales fijos y circulantes invertidos en ellas.

El capital de un comerciante, por ejemplo, es por completo capital circulante. No necesita máquinas ni instrumentos de trabajo, salvo que se consideren tales su tienda o su almacén.

Una fracción de capital de todo artesano o industrial debe estar fijo en los instrumentos de su labor. Esta fracción es pequeña en algunos casos y grande en otros. Un maestro sastre no necesita más instrumentos que un paquete de agujas. Los de un maestro zapatero son algo más caros, pero no mucho más. Los del tejedor sí superarán con mucho a los del zapatero. La mayor parte del capital de todos estos maestros artesanos, de todos modos, es circulante, sea en salarios de sus trabajadores o en el precio de sus materiales, y es reembolsado con un beneficio a través del precio de sus productos.

En otras actividades se necesita un capital fijo mucho mayor. En la industria del hierro, por ejemplo, el horno de fundición, la forja y la máquina de cortar son medios de producción que no pueden ser construidos sin un abultado coste. En las minas de carbón y otras, la maquinaria necesaria para drenar el agua y otros propósitos es con frecuencia incluso más cara.



La mano invisible

Cada individuo está siempre esforzándose para encontrar la inversión más beneficiosa para cualquier capital que tenga. Es evidente que lo mueve su propio beneficio y no el de la sociedad. Sin embargo, la persecución de su propio interés lo conduce natural o mejor dicho necesariamente a preferir la inversión que resulta más beneficiosa para la sociedad.

En primer lugar, cada individuo procura emplear su capital lo más cerca de casa que sea posible, y por ello en la medida de lo posible apoya a la actividad nacional …

En segundo lugar, cada individuo que invierte su capital en la actividad nacional, necesariamente procura dirigir la actividad para que la producción alcance el máximo valor posible …

Al preferir dedicarse a la actividad nacional más que a la extranjera él sólo persigue su propia seguridad; y al orientar esa actividad de manera de producir un valor máximo él busca sólo su propio beneficio, pero en este caso como en otros una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos. El que sea así no es necesariamente malo para la sociedad. Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo. Nunca he visto muchas cosas buenas hechas por los que pretenden actual en bien del pueblo. …”





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